*
Definitivamente
la mayor ruina literaria que entró en mi casa fue un libro que,
inocentemente, mi madre me regaló por uno de mis últimos cumpleaños
como preadolescente: Memorias de Idhún I: La Resistencia,
primera parte de la trilogía del asco puto.
En
cuanto lo vi, supe que no podía esperar nada bueno de algo con
cubiertas iridiscentes. Recuerdo cómo, unos minutos antes de
abrirlo, me paré a imaginar a los empleados de la editorial votando
por el que sería el diseño definitivo del exterior del libro.
Menudos hijos de puta, sabían lo que era la mesura y habían
escupido en la totalidad de su significado. De todos modos, la
portada no era más que el preámbulo de algo infinitamente peor.
![]() |
Tú no lo sabes, pero ¡brillo! |
Por
aquel entonces yo desconocía la existencia de Laura Gallego, y
descubrirla me hizo caer en la cuenta de que los oligofrénicos no
sólo escriben, sino que también publican. Tienen abnegados
seguidores que les leen, apoyan y adoran a pesar de tener un claro
problema a la hora de discurrir una historia nueva o de construir
unos personajes creíbles y mínimamente complejos. Fue una forma
cojonuda de dinamitar la idílica visión que tenía del mundo
editorial.
Y
aunque aquella primera cata me pareció aborrecible, tengo por
costumbre terminar lo que empiezo, así que engullí la dichosa
trilogía al completo. Sin embargo, mi total desprecio a esta
escritora de mierda no se forjó hasta dos o tres años más tarde,
en el instituto, donde una gilipollas que por aquella época me daba
clase decidió hacernos leer Las
crónicas de la Torre. Y
fue ahí, justo en ese momento, cuando supe que no se trataba
simplemente de una escritora atroz, sino que iba más allá. Laura
Gallego había conseguido trascender los límites de la ineptitud,
logrando así reformular el concepto de nulidad narrativa. Y, me cago
en Dios, eso me llenó de ira adolescente.
Imaginadme
en esa situación. Obligada a lidiar con una trama insulsa y unos
personajes con motivaciones tan pueriles que podrían haber sido
sustituidos por un par de zapatillas y nadie notaría la diferencia.
Joder, era el auténtico drama.
*
A
día de hoy, algo que me causa un gran desasosiego —bueno, uno
chiquitito, pero ahí está— son las fotos de esta señora,
sonriendo como una subnormal, con un holocausto arbóreo entre sus
manos. Una gran y jodida criminal, encantada de recibir tanto por
hacerlo tan mal. Oh, joder, ¡pero si le pagan por follarse a la
fantasía épica!
No
obstante, voy a romper una lanza a su favor, sin que sirva de
precedente, y es que si algo podemos agradecerle a esta, la mujer de
las tristes ojeras, es que ha sabido ver la epicidad que reside en el
bestialismo.
Ahora,
¿por qué no te vas al carajo, Laura Gallego?
Para mi, esta es la Stephenie Meyer valenciana.
ResponderEliminarLa versión ojerosa, eso sí.
EliminarYo a mis tiernos 13 años, con unosfamiliares que pensaron que ya que me gustaba la fácil literatura fantástica de Harry Potter, decidieron saturarme de libros de temática parecida. Acabé solo el 1er libro, pero ya a la mitad sabía que eso era una puta mierda. Luego me entero que la tía esta tiene una legión de fans y todo. Que asco colega.
ResponderEliminarNo sólo una legión de fans, también un montón de libros de mierda publicados. Lloro.
EliminarCuriosamente, esta tía fea escribía historias mucho más interesantes antes de pasarse a la literatura fantástica adolescente que puso de moda la zorra de J.K.Rowling con sus libros cursis-flema-británica-abracadabra. Recuerdo haber leído en el colegio "Finis Mundi" y "La Leyenda del Rey Errante" y haberme parecido libros bastante por encima de la calidad media de la colección roja del Barco de Vapor.
ResponderEliminar